La MALDAD de La Sexta.

Aquí el primer ejemplo gráfico, para no andarse con rodeos.

Una vez escupida la primera bilis, explicamos por qué La Sexta merece que sus edificios ardan y sus estrellitas y showmans acaben en la calle, aunque no les deseemos ningún mal a las trabajadoras del lugar. Existe una premisa básica para la vida contigo misma, que clama a no practicar lo que criticas o, visto de otra manera, a «aplicarte el cuento». Amigas, dejad de ver La Sexta, porque esa gente no se aplica jamás el cuento, pero vive de ser, aparentemente, el único medio de comunicación de masas que no apesta a nacionalcatolicismo, neoliberalismo aznarista o fascismo declarado.

Dime, ¿qué sientes al saber que La Sexta, Antena 3 y La Razón están pensadas por la misma gente, gestionadas por las mismas gestoras y diseñadas por las mismas mentes? Más allá de las chanzas a la iglesia católica, la monarquía y alguna que otra leve defensa de los servicios públicos, ¿realmente se diferencia tanto La Sexta en sus objetivos de Telecinco o Telemadrid? Un ejemplo reciente, ¿qué opinaron todos estos medios sobre los disturbios tras las marchas del 22M? Deslegitimación total y unánime de la respuesta popular a la tensión acumulada, defensa a ultranza del pacifismo: la policía puede ser violenta, tú no, ¡terrorista!.

La Sexta simplemente ocupa lo que nuestras amigas del marketing llaman «un nicho de mercado». Es decir, este medio da productos prefabricados («izquierdosos», programas menos rancios) orientados a un público de «clase media», desenfadado y favorable a la crítica, pero no a la acción. Junto con La Razón y Antena 3 (aparte de radios y demás partes del grupo mediático) cubren casi todo el espectro ideológico de la sociedad española, dando a cada mente cuadriculada su comida favorita, ideas precocinadas que saben que van a consumir. De esta manera, el flujo de publicidad continúa, se dan altas audiencias, las cabezas no piensan y consiguen dar la imagen conveniente ante cada público. Sin embargo, nuestro motivo de ira es esa absolutamente ridícula fachada de «progresismo y crítica social y política» que muchos programas de La Sexta tienen; esto es algo que oímos a nuestras familias, a nuestras amistades y vecinas; PERO DE QUÉ ESTÁIS HABLANDO.

Pongamos tres ejemplos que desmonten rápidamente esta teoría:

El jefe infiltrado ha resultado ser un éxito de audiencia. Este programa pone a personas de las altas jerarquías de empresas a trabajar «de incógnito» junto al personal más corriente y moliente, esas lumpen proletarias que «casi nos dan pena». Al final del programa y en un aparente ejercicio de humanidad, llegan incluso a felicitar o premiar (con una beca de estudios en un caso, sin que nadie se alarme, con la polémica actual de becas en universidades…) a empleadas de los rangos más bajos. Pasando de largo el desprecio que las trabajadoras tiene por sus jefas y las razones que esgrimen, todo queda como un experimento «para cohesionar la empresa y que las jefas usen la empatía». NO, PERDONAD, NO. Esto dignifica la explotación, normaliza las humillaciones de arriba a abajo y ridiculiza a la clase trabajadora, desde el primer minuto. Un poco más de Chavs y menos conciliación, que bastante duro ya es tener que trabajar para vivir, como para legitimar esta violencia y tener lástima por tu jefa, que «está intentando comprenderte».

Policías en acción es la enésima alabanza a nuestras queridas fuerzas de seguridad. [Nota preliminar: por «seguridad» entendemos SU seguridad, la de sus bienes y sus privilegios, al igual que al hablar de «orden» se refieren al statu quo actual, no a que nuestras vidas funcionen bien y con dignidad.] Un programa donde en ningún momento se explica el origen de los crímenes, mientras que no sacan más que reyertas, pequeños traficantes y algo de crimen organizado. [segunda nota, crimen organizado NO estatal 😉 ] Ni hablar de la violencia estructural que lleva a mucha gente a delinquir, de cómo sería más fácil tener profesoras y educadoras sociales que policías y más policías, ni una sola crítica a este cuerpo y sus mil y un abusos. Pedir a La Sexta que lanzase una pregunta retórica sería ya demasiado: si acabasen con el crimen, ¿la policía ya no haría falta? ¿Es entonces por eso que ellas necesitan el crimen y nosotras necesitamos a la policía?

La Sexta Noche parece ser el  espacio de más «prestigio académico y político» casi de la televisión española a día de hoy. Esos encendidos debates con personalidades tan dispares como Francisco Marhuenda o Pablo Iglesias son el morbo en su esencia. ¿Se llega a alguna conclusión, alguien se sale del guión, tienen intención de resolver algo? No queremos decir que no sea necesario un debate público sobre la actualidad, pero una tiene la sensación de atender a un espectáculo de pechos henchidos de orgullo, como si los orangutanes fueran de repente periodistas e intelectuales y se golpeasen los pectorales mientras se gritan. Apenas se pueden sacar propuestas o alternativas a la situación actual viendo estos debates, y hay que aguantar cómo supuestos antagonistas que insultan a la inteligencia con comentarios, se acaban sonriendo y dando la mano, afables. ¿Te darías tú la mano con alguien que compara la llegada desesperada de inmigrantes a Ceuta con «el desembarco de los nazis en Noruega«? No, amigas, la intención de La Sexta Noche no es tejer alternativas al sistema actual o animar a la gente a tomar las riendas de sus vidas, sino crear un espejismo de tal cosa. Que te vayas a la cama creyendo que, por ver a esta panda de intelectuales acomodados, has luchado por una sociedad más justa, rabiando frente al televisor.

Un par de apuntes antes de acabar con la verborrea, para dejar claro que no somos extraterrestres: personalmente, a mí hay bromas de Berto Romero o de Wyoming que me hacen gracia, igual que he agradecido alguna serie de esta cadena. Sin embargo, estaría bien que observásemos el desprecio por la clase trabajadora que muestra su «progresismo intelectualoide» (riéndose de «chonis», «barriobajeras», «obreras», «paletas de pueblo», etc.), la cosificación constante que se hace de la mujer, con pequeñas dosis de poder como presentar el telediario mientras que siga siendo un producto consumible por el patriarcado, y la «defensa» de lo público que hace una cadena privada que explota a sus becarias (pues aquí escribe una estudiante de periodismo) y juega constantemente al patrocinio: justo igual que las defensoras de las privatizaciones.

Existen alternativas, pero la furiosa competencia televisiva no les da espacio. Hay muchos medios digitales (y otros en papel, como Diagonal, Todo por Hacer o La Marea), además de radios y tvs online. Si estás leyendo esto es porque tienes internet y, por ende, puedes acceder a estas alternativas, seguirlas en las redes sociales, suscribirte.